¿Quién no ha intentado alguna vez (o muchas veces) perder algo de peso? ¿Quién no ha sufrido la penosa decepción de ver cómo se van recuperando en pocos días los kilos que se perdieron con aquella dieta maravillosa?
Es que no escarmentamos. Los cuerpos han ido acumulando grasa a lo largo de muchos años de dedicación al sedentarismo y al exceso de alimentos, a tantas bodas y bautizos y a tantos fines de semana de alcohol, de dulces y de grasas. Pero cuando decidimos, por razones diversas, perder ese peso que nos sobra, queremos hacerlo de manera rápida y sin que nos ocasione el menor sacrificio. Entonces recurrimos a cualquiera de los numerosos métodos milagrosos que proliferan según las modas y que llegan a nuestro conocimiento a través de los medios de comunicación, por el comentario de alguna famosa en cualquier tertulia televisiva o mediante el consejo del amigo que lo está siguiendo y que, según sus propias manifestaciones, está consiguiendo resultados espectaculares.
Pero lo normal, según advierten las estadísticas y señala la experiencia, es que con esas dietas y remedios milagrosos — aunque nos hagan perder algunos kilos—, recuperaremos rápidamente el peso perdido; entre un sesenta y un noventa por ciento de las veces según las estadísticas oficiales. Y como no escarmentamos, casi siempre se reincide con otra dieta o método milagroso diferente — éste sí que funciona, se engaña uno a sí mismo— y al cabo de unos cuantos meses se recupera el mismo sobrepeso, tras padecer varios rebotes consecutivos. Voy a explicar a que se debe este molesto fenómeno de rebote o “efecto Yo-Yo”.
Sabemos que nuestra grasa se acumula en las células grasas llamadas adipocitos. Son como contenedores que pueden llegar a llenarse de grasa hasta rebosar. Pero cuando engordamos no solo nuestros adipocitos aumentan de tamaño repletos de grasa (hipertrofia), sino que como seguimos metiendo grasa y ya no cabe más en cada adipocito, el organismo comienza a aumentar el número de adipocitos (hiperplasia).
Una persona delgada tiene unos treinta mil millones de adipocitos. Si engorda hasta la obesidad sus adipocitos aumentarán hasta más de setenta mil millones y todos abarrotados de grasa hasta el borde. Cuando adelgazamos rápidamente mediante alguna dieta rara, con o sin medicamentos más raros aún, se vacían los adipocitos (adelgazamos) pero seguimos manteniendo los mismos setenta mil millones de adipocitos, aunque ahora estén medio vacíos de grasa. Claro que tantos contenedores medio vacíos tienden a llenarse a toda velocidad en cuando nos confiamos con la alegría del peso perdido y volvemos a comer. Recuperamos el peso con la misma rapidez que lo perdimos.
Tenemos que recurrir a la llamada REGLA DEL 50. Si nos ponemos un plan racional que nos permita perder 50 gramos diarios de grasa, nuestro organismo además de comenzar a vaciar los adipocitos, las células limpiadoras (los macrófagos) comienzan a retirar, poco a poco, los contenedores vacíos. Al cabo de un año hemos perdido 20 kilos de peso y se han retirado y eliminado más de cuarenta mil millones de adipocitos. En estas condiciones recuperar el peso perdido es más difícil y más lento. Seria como repetir los años de excesos que nos llevó a la obesidad. Perder 50 gramos de grasa cada día (un puñadito) no es tan difícil con un poco de dieta y la ayuda de algo de ejercicio. En mi libro “Adelgaza sin que te tomen el pelo ni te quiten la salud” de Editorial Temas de Hoy, te cuento cómo puedes lograrlo con salud.
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